Viernes 31 de enero de 2014
San Juan Bosco: santo patrono de los profesores
10:30. He llegado al aeropuerto y tras buscar qué terminal
era la mía, ya que hice el chequeo ayer, sin mirar, he llegado a la T2. Aquí me
ha dicho una bella mujer que odia esta parte del aeropuerto: la bienvenida tan
sugerente. Para pasar debes quitarte los zapatos. Es una bienvenida muy
acogedora; similar a las visitas que hacía a casa de mi viejo amigo Blai. Una vieja
amistad, aunque él sigue igual de joven, murió con trece años, devorado por
Godzilla. Realmente se tiró desde la ventana de su hotel en el regreso a Tokio.
O eso me dijo.
Después de quitarme los zapatos te mandan guardar todas las
cremas en una bolsa: todos los líquidos; motivo por el que una botella de agua
cuesta tres euros dentro, más barato que un café con leche calentado en los
cojones del Diablo. Pero es el aeropuerto, el lugar donde la gente más rara del
mundo se reúne. De hecho, creo que todo el mundo se conoce aquí. El cura habla
con esos padres y la niña, que hablan con los señores de la otra mesa, que
miran a la rubia del Ipad, que se escribe con el calvo de la mesa de la
izquierda. Y yo no conozco a nadie. En caso de apocalipsis nadie buscaría mi
cuerpo. Falta el chico que escribía en su diario, todo el mundo quieto, tenemos
que volver a por él. No, a por él no, sería muy peligroso. Prefiero correr el
riesgo que perder a un hombre más. Tú quédate aquí, que ya voy yo. Seguro que
no hacen eso. Seguro que se ponen a gritar y me dejan moribundo con la pierna
atrapada por un enorme cascote. Dije que no utilizarais cemento, que era mejor
el pladur, pero los diseñadores siempre perdéis el referente en pos de la
estética.
Acaba de llegar una familia de andaluces. Esta familia donde
la madre desayuna cerveza y el padre toma un margarita agitado, pero no
removido; y tres hijos, adolescentes los tres, que, envidiosos de sus padres,
les critican el horario alemán.
Mi padre está hasta los cojones de mí. Me lo acaba de decir
por Whatsapp. Me ha mandado un mensaje donde lo dice explícitamente. Nunca
había sido tan claro. Dudo de si lo que pasa es que está envidiado o envidioso
de mí. Puede que me quiera demasiado como para odiarme, y puede que piense en
mí mucho, pero yo a él también. Es un padre que se deja querer, a pesar de ser
padre. El señor que tiene tres varones y una mujer que supera la ansiedad del
tabaco mascando chicle y suspirando, agitando su pierna y esperando una cerveza
que no llega porque es muy cara, ese señor, se lleva a toda su prole.
En esta casa en la que la bienvenida te la dan descalzándote
y desposeyéndote de todos tus enseres personales que abulten en cantidad,
limitando el mundo a un grupo de pequeñas frasquitos de plástico, con diminutos
efectos secundarios en castellano, portugués y noruego; en esta casa, la
bienvenida te la dan como si fuese la casa de Blai, porque todo tiene pinta de
ser muy caro.