lunes, 10 de febrero de 2014

VIAJE A PARÍS

Viernes 31 de enero de 2014
San Juan Bosco: santo patrono de los profesores


  10:30. He llegado al aeropuerto y tras buscar qué terminal era la mía, ya que hice el chequeo ayer, sin mirar, he llegado a la T2. Aquí me ha dicho una bella mujer que odia esta parte del aeropuerto: la bienvenida tan sugerente. Para pasar debes quitarte los zapatos. Es una bienvenida muy acogedora; similar a las visitas que hacía a casa de mi viejo amigo Blai. Una vieja amistad, aunque él sigue igual de joven, murió con trece años, devorado por Godzilla. Realmente se tiró desde la ventana de su hotel en el regreso a Tokio. O eso me dijo.
  Después de quitarme los zapatos te mandan guardar todas las cremas en una bolsa: todos los líquidos; motivo por el que una botella de agua cuesta tres euros dentro, más barato que un café con leche calentado en los cojones del Diablo. Pero es el aeropuerto, el lugar donde la gente más rara del mundo se reúne. De hecho, creo que todo el mundo se conoce aquí. El cura habla con esos padres y la niña, que hablan con los señores de la otra mesa, que miran a la rubia del Ipad, que se escribe con el calvo de la mesa de la izquierda. Y yo no conozco a nadie. En caso de apocalipsis nadie buscaría mi cuerpo. Falta el chico que escribía en su diario, todo el mundo quieto, tenemos que volver a por él. No, a por él no, sería muy peligroso. Prefiero correr el riesgo que perder a un hombre más. Tú quédate aquí, que ya voy yo. Seguro que no hacen eso. Seguro que se ponen a gritar y me dejan moribundo con la pierna atrapada por un enorme cascote. Dije que no utilizarais cemento, que era mejor el pladur, pero los diseñadores siempre perdéis el referente en pos de la estética.
  Acaba de llegar una familia de andaluces. Esta familia donde la madre desayuna cerveza y el padre toma un margarita agitado, pero no removido; y tres hijos, adolescentes los tres, que, envidiosos de sus padres, les critican el horario alemán.
  Mi padre está hasta los cojones de mí. Me lo acaba de decir por Whatsapp. Me ha mandado un mensaje donde lo dice explícitamente. Nunca había sido tan claro. Dudo de si lo que pasa es que está envidiado o envidioso de mí. Puede que me quiera demasiado como para odiarme, y puede que piense en mí mucho, pero yo a él también. Es un padre que se deja querer, a pesar de ser padre. El señor que tiene tres varones y una mujer que supera la ansiedad del tabaco mascando chicle y suspirando, agitando su pierna y esperando una cerveza que no llega porque es muy cara, ese señor, se lleva a toda su prole.
  En esta casa en la que la bienvenida te la dan descalzándote y desposeyéndote de todos tus enseres personales que abulten en cantidad, limitando el mundo a un grupo de pequeñas frasquitos de plástico, con diminutos efectos secundarios en castellano, portugués y noruego; en esta casa, la bienvenida te la dan como si fuese la casa de Blai, porque todo tiene pinta de ser muy caro.