Cada vez son más frecuentes, en las
conversaciones que mantengo con mi entorno, las referencias a ETA. El anuncio
que se hizo del fin de la violencia no ha supuesto un estímulo, tal y como
pensábamos. No sé a qué se deberá, probablemente a que o nadie se lo creyó o a
que ya no nos importe. Cualquiera de las dos opciones me estremece. Si nos da
igual, porque la costumbre nos ha arrebatado el derecho al escándalo tras un
asesinato; si nadie se lo cree, porque… en fin, porque nadie se lo crea.
Y continuamente se repiten en mi cabeza las
palabras de la jueza: "Y encima se ríen estos cabrones".
¡Cuánta humanidad, frente a tal carencia de ella!
Y es que no me entra en la cabeza, no sé qué
extraño motivo mueve a los hombres a matar; justo cuando llegué a pensar, por
un breve instante, que estábamos administrando bien la violencia física y
debíamos dedicarnos a la violencia económica. Cada vez que me planteo
olvidarlos, vuelvo a escucharlo: "Y encima se ríen estos cabrones". Y
me planteo qué poder contienen esas palabras (más allá del poder de la palabra
en sí) para que me peguen los pies al suelo y desee el peso más absoluto de la
justicia sobre los que encima se ríen. No puedo perdonar, indultar, acercar, ni
empatizar lo más mínimo con los que encima se ríen. Perdón a alguien que ha
hecho daño a quien no le ha hecho nada; no hay perdón. Indultar a asesinos por
su consideración de presos políticos -repito, SU consideración-; no hay
indulto. Acercar a personas a sus propias familias, para que se sientan menos
castigados; no hay cercanía para asesinos. Cuarenta años de soledad no me
parecen suficiente castigo para aquellos que además de quemar a un hombre en su
propia furgoneta, se ríen ante la viuda que ellos han creado. No comprendo esa
actitud, no puedo empatizar con ellos, ponerme en su lugar es un imposible
absoluto.
Que ETA deje de asesinar no es una labor de
España, es una labor de ETA. Y el día que esto acabe, cuando realmente
entreguen las armas y condenen y todas esas chanzas que se piden para comenzar
a creer un poco en su palabra, ese día no celebraré nada, no hay nada que
celebrar, han asesinado a más de ochocientas personas. Ellos asesinan y
nosotros somos asesinados, en pasiva perfecta, donde el sujeto es paciente.
Y para que los que encima se ríen dejen de matar,
¿debo concederles lo más mínimo? Solo puedo desearles los cuarenta años que
pactaron Zapatero y Aznar, cuando ponerse de acuerdo en algo era beneficioso
para el pueblo.
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